Si generar países con lógicas vinculantes de participación es todo un desafío, más aún el incorporar a la niñez en esta construcción democrática. Los niños y niñas no debieran estar al margen pues son sujetos sociales que pueden opinar y participar en las decisiones que les competen.
Al hablar de sociedad civil en Chile es necesario hacer un antes y un después del Golpe de Estado de 1973. Durante los 17 años de dictadura se restringieron las organizaciones sociales, destruyendo el tejido social consolidado en la Unidad Popular. Así, el mercado se convirtió en el principal espacio de participación, reconocimiento, protección e integración social, desde una praxis más individual que colectiva.
Sin embargo,
esto no significó que la organización ciudadana desapareciera. En los 80’
surgieron instituciones ligadas principalmente a los Derechos Humanos, que con
el paso del tiempo fueron evidenciando las injusticias de un modelo que hasta
el día de hoy se reproduce.
Así, llegaron
los 90’ y con ello la transición a la democracia, un período caracterizado por
la política de los consensos y la democracia delegada. “La gente se retrae a
los espacios privados e íntimos, desconfía de los otros y no tiene instrumentos
para desarrollar proyectos compartidos. Se deteriora el vínculo social. Se ha
podido constatar un alto grado de desconfianza, una asociatividad precaria, una
creciente instrumentalización de las relaciones sociales”, dice Gonzalo de la
Maza (2004:113).
Este autor es
claro al señalar que la transición democrática aunque significó logros en
materia social, no se tradujo en fortalecimiento de los lazos entre el Estado y
la sociedad civil. Los altos niveles de exclusión y desigualdad económica,
además de los enclaves autoritarios que siguen presentes, provocan una desidia en la población, y bajan
la credibilidad en el sistema político. La ciudadanía comienza a alejarse de la
participación activa y el desafío por fomentar la construcción del país desde
la articulación de poderes, se vuelve más grande.
Según Daniel
Arroyo, “los ciudadanos descreen de los relatos políticos, la sociedad delega
poder y se distancia de lo público en un modelo que potencia la auto-resolución
de demandas y en donde las acciones colectivas tienden a circunscribirse a
hechos puntuales” (2009:27). Se trata de una crisis de representación; es
decir, “la idea que los ciudadanos no se sienten representados en sus reclamos,
esperan poco de lo que la política les puede dar y tienden a tratar de resolver
sus problemas en el ámbito de lo social y no de lo político. Se trata de un
modelo de delegación” (2009:27).
Sin embargo,
hablar de una sociedad relegada a lo privado y que no se involucra en la
política (pues no cree en ella), es parte de la historia que nos hemos contado
durante los 90’. El ámbito de la ciudadanía activa parece no ser tanto la
política institucional sino el desarrollo societal. El interés ciudadano se
desplaza desde el sistema político hacia la trama social, lo que no significa
una despolitización sino una reformulación de lo político.
La participación
social se entiende así, entonces, como “formas de asociatividad que implican el
involucramiento en actividades o en organizaciones públicas de nivel intermedio
o local, como las juntas de vecinos o los clubes deportivos, además de movimientos
sociales preocupados de diversas temáticas públicas”, explica el informe
Auditoria a la Democracia en Chile, del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD, 2014:228).
Este señala que
en Chile se observa una caída pronunciada en la participación electoral en los
últimos años, grados menores de asociatividad, pero un aumento significativo en
el apoyo a diversas formas de protesta social. El ejemplo más recurrente de
esto último es el movimiento estudiantil que surge fuertemente en 2011.
“Para enfrentar la
desafección y la creciente desigualdad en la esfera política -dice Marcela Ríos, coordinadora del Informe-, las instituciones
y actores políticos deben buscar nuevas formas para incorporar a los ciudadanos
y ciudadanas a la democracia a través de una participación efectiva. Aumentar
los espacios para la participación, mejorar los mecanismos de representación incluyendo
el sistema electoral binominal, fortalecer la comunicación y educación cívica,
enfrentar las tensiones y debilidades de los partidos políticos, entre otras
medidas. Se trata de enfrentar las causas y poner urgencia a las
transformaciones en la esfera política que lograrán acercar las instituciones a
la ciudadanía, pues sólo con democracia se construye más y mejor democracia”[1].
Entonces, si
generar países con lógicas vinculantes de participación es todo un desafío, más
aún el incorporar a la niñez en esta construcción democrática. Los niños y
niñas no debieran estar al margen pues son sujetos sociales que pueden opinar y
participar en las decisiones que les competen.
Sin embargo,
considerar esta noción no es un proceso simple, porque aunque se esté avanzando
en leyes que garantizan sus derechos, y en instancias que fomentan su
participación, escuchar a niños y niñas como práctica habitual en lo social
implica un profundo cambio cultural.
Por ello, este
trabajo se basa en la visibilización de una experiencia que aporta a esta
transformación de sentidos, modos, y prácticas. Me parece fundamental reconocer
aquellas experiencias transformadoras, como Radio Educa, para encontrar en
ellas las claves necesarias que permitan desarrollar un nuevo “acuerdo conversacional”
entre el Estado y la sociedad civil, y en específico, los niños, niñas y
adolescentes.
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