La planificación y gestión de procesos comunicacionales como tecnología de intervención en territorios es un proceso colectivo. Acá un análisis de cómo fue su implementación en Radio Educa: ¿logramos acercarnos a ella?
Cuando hablamos de planificación y gestión de procesos comunicacionales no podemos olvidar que cualquiera sea la mirada, esta tiene intrínseca un proyecto de sociedad al que se quiere llegar, desde un paradigma que lo sustenta. Estos, implican pensar la sociedad, ya sea, desde un proceso transformador, o reproductor de las relaciones sociales y promotor del statu quo.
Comprender estas
perspectivas requiere de un recorrido histórico que permita vislumbrar cómo la
mirada sobre la planificación ha ido cambiando, de acuerdo a su contexto, y al
proyecto político que la sustenta en cada período; y cómo ella soporta un modo
de entender la comunicación que le es propio.
En la década del
50’ hablar de planificación para el desarrollo en Latinoamérica activaba todo
un imaginario sobre el progreso y la idea de modernización. Como recuerda Luis
Ramiro Beltrán, el presidente estadounidense Harry Truman anunció (1949) la
creación de un programa internacional de asistencia, técnica y financiera para
el desarrollo nacional, conocido como el del “Punto Cuarto”. El programa
proporcionaba apoyo a las naciones latinoamericanas en infraestructura de
caminos, vivienda, electricidad, y servicios cooperativos en salud, agricultura
y educación. Esta acción pro desarrollo implicaba generar cambios de conducta
donde la comunicación ocupó un rol central.
Esta se pensó
como una herramienta fundamental para alcanzar el desarrollo, con los medios de
comunicación como instrumentos para mejorar la calidad de vida de las naciones
latinoamericanas. Las radios, el audiovisual, los folletos y carteles sirvieron
de instrumento para depositar este conocimiento “revelador” en las comunidades
“subdesarrolladas”.
En ese contexto,
las lógicas de planificación que subyacían a esas prácticas consideraban un
proceso normativo, lineal y escalonado, con objetivos establecidos, y
resultados esperados. Se sustentaba en el positivismo, con un sujeto
planificador que llega a un territorio para transformar su objeto.
Más que proceso,
la planificación se convierte en una herramienta de poder, que produce una
relación instrumental entre el planificador –ese experto iluminado- que llega
al territorio, y los objetivos que espera lograr, todos ellos fundamentados en
la eficiencia y el control. Como señala Martín Hopenhayn, el planificador
utiliza prácticas rígidas, muchas veces casi ritualizadas (un “recetario”) que
desconoce la “multiplicidad de racionalidades que cruzan las conductas sociales
y las decisiones políticas” (1995:241). En el fondo, no valora las tramas
culturales de los territorios, y la multiplicidad de objetivos y caminos que
surgen en el momento de enfrentarse a ellos.
En los 60’
comenzaron a vislumbrarse las grietas del modelo, y la inoperancia del
paradigma, que llevó a una serie de científicos sociales a plantear una nueva
propuesta/denuncia: la “Teoría de la Dependencia”. Una década después, Ramiro
Beltrán propuso un modo de entender el desarrollo que consideraba “un avance
moral y material de la mayoría de la población en condiciones de dignidad,
justicia y libertad” (2005:10); por su parte, el paraguayo Juan Díaz Bordenave,
introducía la idea de un desarrollo con bases comunitarias, autogestionarias y
participativas; y el pedagogo Paulo Freire, habló de comunicación horizontal y
educación para la libertad.
Desde el Continente
se optaba por cuestionar el modelo clásico de desarrollo, y con ello el de
comunicación, pues no había generado cambios beneficiosos para la sociedad.
Diversos investigadores latinoamericanos comenzaron a pensar en la
democratización de la comunicación y en la necesidad de generar prácticas
participativas que robustecieran el tejido social.
Estos modos de
entender la comunicación fueron construyendo nuevas estrategias de
planificación y gestión de esta en los territorios, ligada al desarrollo
democrático y con ello a la multiplicidad de racionalidades que habitan
nuestras sociedades. Es la comunicación para el cambio social, que se sostiene
sobre la idea que “las comunidades deben ser actoras protagónicas de su propio
desarrollo, de que la comunicación no debe ser necesariamente sinónimo de
persuasión sino primordialmente mecanismo de diálogo horizontal e intercambio
participativo y que, en vez de centrarse en forjar conductas individuales debe
hacerlo en los comportamientos sociales condicentes con los valores y las
normas de las comunidades” (Beltrán, 2005: 23-24).
Desde estos
postulados, planificar y gestionar la comunicación, y un proyecto radial con
objetivos transformadores, implica llegar a un territorio teniendo conciencia
que no hay recetas mágicas para encontrar fácilmente soluciones. La experiencia
permite utilizar pistas orientadoras que faciliten procesos pero es con los
otredad con quienes se trabaja para alcanzar los objetivos deseados por ell@s
mismos. La planificación así se vuelve una tecnología, o saber para la
emancipación.
Jorge Huergo
contribuye a explicar estos conceptos, tomando los aportes de Jürgen Habermas y
su definición de acción instrumental, versus acción comunicativa. La primera
está orientada hacia la manipulación, el dominio y el control; y la segunda,
basada en la diferencia y el reconocimiento del otro. “Podemos llegar,
entonces, a una primera conclusión: las acciones estratégicas, teniendo en
cuenta sus intereses y evaluando su sentido, pueden ser instrumentales
(dominadoras, calculadoras, controladoras) o comunicativas (basadas en el
reconocimiento de la diferencia, críticas y transformadoras)” (Huergo,
2003:14).
A este modo de
planificación le interesa más el proceso que el producto, pues se ve como una
instancia dinámica y flexible que se construye desde el colectivo. No obstante,
en el caso de Radio Educa, teníamos la necesidad de generar productos que nos
permitieran mantener la radio en funcionamiento el tiempo requerido, lo que en
oportunidades generó una limitante para la libertad del proceso.
Bajo esta noción
de planificación se identifican diferentes momentos o acciones que permiten llevar
a cabo un proceso transformador: conocer (diagnóstico); tomar decisiones
(planificación); hacer (gestión); y aprender (evaluación). Cada una de estas
etapas se entrelaza como un espiral, pues no es un proceso lineal y rígido.
El diagnóstico
comunicacional permite objetivar, desde los protagonistas, cuáles son las
percepciones sobre los problemas y potencialidades del territorio. Se ponen en
juego las miradas que circulan en torno al objeto/problema. En este momento se parte desde la necesidad
de recuperar la palabra como forma de poder, para de ese modo encontrarse con
los deseos de transformación.
Asimismo, “la
planificación es la tecnología que utilizamos para diseñar nuestra apuesta de
transformación. Implica poner en relación lo que pasa en la realidad con lo que
deseamos que ocurra para pensar el camino estratégico que nos acerca al futuro
deseado” (Ceraso [et.al.], 2011:15). Es el momento de la toma de decisiones,
que requiere considerar los recursos disponibles, los obstáculos, y los
sentidos producidos. El deseo será siempre la brújula que guiará este camino.
La ejecución e
implementación de lo planificado está en el momento de la gestión. Gestionar la
comunicación implica desarrollar modos de organización y de comunicación
saludables, sin imposiciones ni relaciones de poder hegemónicas. Además, es
generar redes que fortalecen los proyectos.
El momento de
evaluación implica un proceso de reflexión participativa que permite reorientar
la práctica. El énfasis está en aprender, sin que esto implique hacerlo al
final del proceso, pues la evaluación es permanente y de ese modo,
enriquecedora.
La planificación
y gestión de procesos comunicacionales como tecnología de intervención en
territorios es un proceso colectivo. Son los propios sujetos quienes tienen su
potencial de desarrollo, el objetivo es visibilizarlo y multiplicar ese
conocimiento para la emancipación.
¿Cómo se aplicó
lo anterior en el proceso de Radio Educa para el FAV?
Me atrevo a
afirmar que como equipo no logramos desarrollar estas etapas como nos hubiera
gustado. La escasez de tiempo para resolver múltiples tareas, y la distancia geográfica
entre los integrantes, provocó dificultades en la comunicación, e impidió que
desarrolláramos un proceso de construcción colectiva pleno. Hubo pocos espacios
para discutir cuestiones de fondo, como el objetivo político del proyecto, o
asuntos de forma (que se relacionaban con lo anterior), como la renovación de
la imagen de la Radio.
El proyecto se
desarrolló a partir de la experiencia de Patricio y mía en el territorio. Ambos
habíamos vivido en Valparaíso y trabajado en el Consejo de la Cultura, por lo
tanto, eso nos facilitó el proceso de acercamiento, considerando que no hubo
oportunidad de realizar un diagnóstico acabado del escenario al que nos
enfrentábamos. La indagación previa tuvo más relación con la línea programática
del FAV de ese año, y con la situación de la niñez en Chile en cuanto al
derecho a la comunicación, que un proceso de diagnóstico participativo donde
pudiéramos escuchar las ideas, opiniones y deseos de los niños y niñas a la
hora de hacer radio.
Con todo, el
proceso de planificación y gestión de la comunicación de Radio Educa para el
FAV tuvo dos grandes ejes estratégicos. Por un lado, la dimensión vinculada a
la comunicación interna/externa; y por otro lado, la estrategia de
comunicación/educación.
Las preguntas
que atravesaron el diseño de esta estrategia fueron las siguientes: ¿con
quiénes nos tenemos que relacionar? (definición de públicos); ¿cómo nos
relacionaremos con ellos? (canales); ¿qué queremos comunicar? (mensajes); ¿con
qué objetivos?; ¿cómo lo haremos? (acciones).
Estas preguntas
circularon permanentemente en la planificación y la gestión del proyecto, sobre
todo en la medida que los públicos definidos surgían en el debate. Estos
últimos fueron los siguientes:
a) Niños, niñas
y adolescentes (NNA) participantes de los talleres y la radio en vivo.
b) Apoderados de
NNA participantes
c) Consejo de la
Cultura (programas Centro de Extensión y FAV)
d) Niños, niñas
y adolescentes audiencias (asistentes durante los días FAV, y digitales).
e) Público
adulto asistente al FAV.
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