#Viajandoporlahistoria: la mirada asistencialista


El siglo XIX se caracterizó por la hegemonía de los grupos de poder y su discurso punitivo frente a los “niños/as delincuentes”; y asistencialista, hacia los “desvalidos”. No se consideraba a la infancia como sujetos sociales y por ende, carecían de todo tipo de derechos. 

Las primeras acciones de atención a la infancia en Chile, con un marcado carácter asistencialista, provenían de la Iglesia y agrupaciones privadas de beneficencia. Asilos, ollas infantiles, y gotas de leche, fueron algunas de las medidas de estas instituciones de caridad, que tenían como objetivos principales la alimentación, el techo y el abrigo de estos grupos carenciados. 

Durante el siglo XIX la niñez no era considerada un grupo prioritario ni para la sociedad, ni para las autoridades, por lo que las acciones en su beneficio se limitaban a apoyar, a través de subvenciones, a las instituciones privadas, sin contar con ningún lineamiento ni política pública. 

Sin embargo, las pandillas de niños/as pobres que ocupaban las calles eran un problema que necesitaban esconder, la solución, las casas correccionales y las cárceles. Estos fueron los primeros indicios de la política pública que pronto se constituiría y que tenía como eje el castigo para disminuir la conflictividad, y así asegurar el orden social y familiar. Además, se buscaba la disciplina, no la rehabilitación, privándolos de uno de los pocos derechos que este grupo social tenía: la libertad. 

Siguiendo a Michel Foucault, la pena de cárcel recae sobre el cuerpo del niño/a, pero no como dolor físico, sino como la “sensación insoportable de los derechos suspendidos” (Foucault, 2002:18). Allí, el cuerpo se vuelve objeto y blanco de poder. Debe obedecer, responder, ser hábil, se educa y toma forma. Se decide desde qué come el sujeto, hasta la hora de dormir, o con quiénes puede o no reunirse. Como diría Foucault, el cuerpo del niño es sometido, es un cuerpo dócil, que puede ser transformado y perfeccionado. El Estado de esta forma se convirtió en un Estado-policía, limitándose a aplicar penas judiciales a los niños/as infractores. 

Este período de la historia se caracterizó por la hegemonía de los grupos de poder y su discurso punitivo frente a los “niños/as delincuentes”; y asistencialista, hacia los “desvalidos”. No se consideraba a la infancia como sujetos sociales y por ende, carecían de todo tipo de derechos. Fue el principio más evidente de la instalación de un paradigma como estrategia de poder. 

Asimismo, y considerando los planteamientos de Alfred Schutz, se tiende a generar una fuerte tipificación de la infancia; es decir, se generaliza, atribuyéndole características únicas a los sujetos, escondiendo su subjetividad y construyendo una identidad definida por un sólo rol (el “niño delincuente”, el “desvalido”). Esta realidad que se reproduce hasta nuestros días, le atribuye características comúnes a NNA, olvidando sus particularidades, que cruzan dimensiones económicas, geográficas, de género, clase, raza y diversidad sexual, y que permiten hablar de infancias más que de la infancia.

Esto repercute en la construcción de identidad de la niñez e impide observar a los niños y niñas desde sus distintos roles sociales y desde sus diversos escenarios. Como diría Erving Goffman, la vida social es un gran teatro, pero esto los limitaba a un único personaje. 

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