#Viajandoporlahistoria: el niño como sujeto de derechos

Transformar el imaginario y con ello las nociones que se perpetúan en relación a la niñez, permitiría avanzar desde el concepto negativo de infancia como estadio de carencia (sin habla), a aquello que nos depara siempre una novedad, que nos sorprende, nos hace pensar activamente, y le damos un lugar de saber/poder significativo. 


A mediados del siglo XX, debido a las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, se generó un movimiento universal a favor de los niños/as, que trajo consigo la firma de la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989. 

Según Jorge Rojas, “la Doctrina sobre los Derechos del Niño es un típico exponente de una ideología exitosa, que ha logrado construir una fuerte imagen de la niñez y su lugar en la sociedad; quizás esa representación dista mucho de la realidad de muchos niños, pero sin duda uno de los principales receptores de ese discurso han sido los propios niños, quienes ya empiezan a manifestar cambios en su autoimagen” (Rojas, 2001: 26). 

Este hecho demuestra el proceso de transformación del paradigma. La arbitrariedad del poder que durante tanto tiempo impuso los modos de entender y tratar a los niños y niñas comenzó a cuestionarse, lo que se materializó en la adaptación de las legislaciones vigentes que en Chile está en pleno proceso de cambio.   

Uno de los desafíos que emergen, es dejar de percibir al/a niño/a como una persona que hay que “modificar o corregir”, para empezar a reconocerlo en sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales, igualando su condición a la del resto de la población. Y desde ahí observar sus recursos y necesidades; sus carencias, y posibilidades; su capacidad de decisión, y también de protección. 

Sin embargo, la lucha no es sólo política, sino además simbólica. Como dice María Cristina Mata, “es cierto que sin instrumentos jurídicos que garanticen derechos es impensable la equidad. Pero también es cierto que esos instrumentos son un momento más de la confrontación. Una instancia que debe sostenerse, consolidarse y ampliarse cotidianamente” (Mata, 2011:21). Las leyes reglamentan, pero sin la transformación de los sentidos, la letra en el papel, es letra muerta. 

Transformar el imaginario y con ello las nociones que se perpetúan en relación a la niñez, permitiría avanzar desde el concepto negativo de infancia como estadio de carencia (sin habla), a aquello que nos depara siempre una novedad, que nos sorprende y nos hace pensar activamente; pero también a lo que le damos un lugar de saber/poder significativo. 

Es por esto que el espacio público se vuelve un lugar de conflicto permanente por los significados y sentidos compartidos, de disputa por el poder del discurso. Dice Foucault: “cuando se definen los efectos del poder por la represión, se da una concepción puramente jurídica del poder; se identifica el poder a una ley que dice no; se privilegiaría sobre todo la fuerza de la prohibición (…) Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir” (Foucault, 1979:182). Cuando el poder se define no sólo de hecho, por su posesión adquirida, sino por su capacidad de movimiento, los cambios son posibles. 

El poder entonces es el instrumento estratégico de una transformación posible. Esta tesis por tanto, considera que a través de la ampliación de los espacios de comunicación para y con niños y niñas, es posible modificar el lugar del poder. Desde ahí, comienzan a transformarse los paradigmas.

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